De 41 años, que cumplió en Agosto, 20 los pasó vistiendo dorado y púrpura. Es prácticamente imposible recordar a Kobe Bryant y que la primera imagen que nos venga a la mente sea vistiendo otra camiseta. Pese a que lo draftearon unos Charlotte Hornets que consideraron más importante la llegada de Vlade Divac que contar con un chico llegado de high-school.
No sabían, claro, que ese chico de high-school iba a ser lo más parecido a Michael Jordan que nunca hemos visto. Lo de los cinco anillos, 18 all-stars (segundo que más en la historia), o la cantidad de premios individuales solo son una parte de Kobe. Muchos pueden haber ganado lo mismo o más. Ninguno lo hizo a su manera. Más allá del carácter, de la marca registrada de la Mamba Mentality, Kobe tenia eso. ¿Cómo defines eso?
No se puede.
Igual que no se puede anotar 81 puntos en un partido, eso es impensable. Nadie puede meter tantos en una sola noche, ya no estamos en la época de Wilt Chamberlain. Si nunca lo hizo Michael Jordan, ¿cómo va a ser posiblemente humano? Es como anotar +40 puntos en nueve noches seguidas (46, 42, 51 (!), 44, 40, 52, 40, 40 y 41). Y hacerlo en un año que tu equipo promedia 100.4 por partido. Es ciencia ficción.
Algo como una serie de televisión, de Philadelphia a Los Angeles, cerca de Bel Air. De ser un desconocido al príncipe elegido. Primero porque la liga tenía ya su propio rey, en Chicago. Los dos primeros años de Kobe en la NBA todavía regían bajo la dictadura de Michael Jordan. Y Bryant, todavía con el #8 a la espalda, era suplente de Eddie Jones. Solo siete veces salió de inicio en sus dos primeras temporadas. De ese momento al Mamba out, pasaron muchas cosas.
Tres anillos, la salida de Shaq, dos títulos de máximo anotador, el —por fin — único MVP de su carrera y, ya con Pau Gasol, dos anillos más con sus MVPs de las finales, una lesión en el Aquiles y los famosos tiros libres lesionado. Convirtió el 1111 South Figueroa Street, en downtown LA, en su casa. Un cuartel general donde trabajaba 24 horas al día y donde, el día que decidió dejarlo, lo hizo por la puerta grande. Con 60 puntos.
Su sexto partido de +60, solo Wilt tiene más (32). Solo 27 jugadores lo han hecho en la NBA… y él lo hizo con 37 años. Cinco años más que la última vez que Chamberlain lo consiguió. El primero en la historia. Igual que fue el primer jugador en tener dos números retirados con la misma franquicia: cinco lo hicieron antes con distintos equipos (Robertson, Monroe, Maravich, Erving y Shaq). Kobe es el génesis y el apocalipsis en forma de jugador de baloncesto.
Kobe, a one-club man, tiene para siempre el #8 y el #24 en el techo del Staples Center. Junto a Kareem, a Wilt, a Shaq, a Magic, West, Baylor… la élite de Los Angeles. Y por si no era suficiente conquistar la pista, ¿qué hay más importante que los Lakers en Los Angeles? Hollywood, sí. Dos años después de anotar 60 en su retirada, subía al escenario del Dolby Theatre a recoger el Oscar al Mejor corto animado.
Dear basketball, decía. Nadie en la historia puede decir que tiene cinco anillos, dos oros olímpicos y un Oscar. Prácticamente nadie tiene alguno de ellos, impensable los tres en una sola vida.
Una que, por cierto, cambió varias veces. El caso de abuso sexual del que fue acusado en 2003 forma parte de su carrera, una mancha que no hemos de olvidar pero qué, por desgracia, nunca se hizo público el resultado tras convertirse en una demanda civil. O cuando, ya cinco veces campeón de la NBA, lanzó un insulto homófono a un colegiado NBA. Fue sancionado con 100.000 dólares americanos.
Años después, en sus redes acusó a uno de sus seguidores de usar la palabra gay para insultar a otro usuario. “Era ignorante sobre la materia, aprendí de ello y espero lo mismo del resto”, decía Kobe. Y por eso, cuando se convirtió en padre a tiempo completo y ex-jugador a tiempo parcial, su mirada sobre las mujeres cambió. Aunque pueda costar creerlo.
Pero Kobe, de todo lo que ha sido en la vida, la más importante es la de referente. Para los que empezaron (empezamos) a ver la NBA una vez Michael Jordan ya era un verbo conjugado en pasado, Kobe se convirtió en nuestro Michael Jordan. Lo más parecido que veremos a su majestad. Y no solo para los mundanos que vivimos la rutina. Lo fue para DeMar DeRozan, Joel Embiid o Jayson Tatum, por citar tres all-stars de la liga. De ahí, a los entrenamientos privados con él.
Desde 2018, Kobe acogía un elite camp en el Mamba Sports Academy. Entre otros, Kawhi Leonard, Paul George, Kyrie Irving, Jayson Tatum, Jamal Murray, Isaiah Thomas, Buddy Hield o Tobias Harris han pasado por sus manos. No hay nada en común entre ellos: ni posición, ni equipo, ni origen. Kobe era referente para todos. Por eso, en su último All Star, en 2016, el famoso banana-boat le invitó a su cena súper secreta, con Wade, Chris Paul y Carmelo. Kobe estaba por encima.
Esta temporada iba a entrar al salón de la fama de Springfield, junto a Tim Duncan y Kevin Garnett, dos de los rivales que más veces tuvo que batir en playoffs. A todos, fans y detractores, nos ha batido alguna vez. Y todos, en clase o en la oficina, mirando a la basura con una bola de papel en la mano, hemos gritado «Kobe» al anotar. Soñando ser, algún día, Kobe.
Se ha ido una leyenda. Se ha ido demasiado pronto, por sorpresa y de la manera que nunca habíamos imaginado. Y el mundo del baloncesto es un lugar huérfano sin él. Pero su marcha no implica su final. Kobe es leyenda, Kobe es eterno y siempre le recordaremos por lo que fue.
Un referente.
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