Hasta ahora os contaba que tal la ciudad, la gente, el tiempo o vanidades varias que no aportan nada a vuestra vida. Hoy os contaré algo que tampoco aportará mucho a vuestro día a día, pero que como mínimo es una historia de superación propia. La historia de como sobreviví a mi roommate.
Por respeto y privacidad de los protagonistas, he decidido cambiar el nombre de la mayoría de ellos. Mi compañero brasileño en esta historia se llamará Neymar [había pensado Castolo también], el otro compañero de origen indio será Apu [la otra opción, como lo conocíamos aquí era fuckin’ indian guy] y a la pareja coreana, Jackie y Chan [ella es Jackie]. La historia empieza hace exactamente un mes y medio, cuando me mudé a mi nueva morada en Pyrmont, un barrio al lado del downtown [y el casino] de Sydney. Muy buen precio, buena localización… todo sonaba bien. Demasiado bien.
Al segundo día aprecie que las tuberías funcionaban algo mal y que el grifo de la cocina perdía agua constantemente, 24/7. Tampoco pagaba yo las facturas así que podía vivir con ello. El resto, todo bien. Hasta que una mañana, soleada y alegre, busqué en la nevera que comparto con Neymar y Apu unos plátanos que compré esa semana. Debían quedar dos o tres de los siete que adquirí, pero no estaban. Miré, remiré, busqué y volví a buscar, pero nada, ni rastro. Les pregunté educadamente a mis compañeros, porque yo sabía que allí tenían que estar, «Have you seen the bananas that I had on the fridge?». Como podéis ver, intenté omitir la frase «Have you seen my bananas?» por evitar la risa fácil. Pero no sabían nada. Algo olía mal.
Un par de días más tarde desapareció algo de pan de molde, quizá dos o tres rebanadas, y esa misma semana, un trozo de pizza de Neymar. Yo ya estaba con la mosca detrás de la oreja, pero al principio el resto de compañeros [Ney, Jackie y Chan] pensaban que estaba loco. Ahora, como mínimo Neymar, sabía que decía la verdad.
Estuvimos un par de semanas sin sucesos catastróficos y el buen rollo volvió a la humilde morada del 318 de Harris Street, pero una vez más, la coalición del mal atacó de nuevo. Esta vez desapareció un paquete de galletas entero, pero por no pensar mal de mis compañeros, cedí a que era parte intrínseca de mi paranoia. Y al día siguiente, la típica mañana a las 7AM que te levantas con toda la mala leche del mundo, cabreado y odiando al que te pase por delante, otra vez los plátanos. Más o menos esta es la conversación:
+ Hey Apu [en verdad le llamé por su nombre real], have you seen my bananas?»
– No, there were no bananas on the fridge.
+ Oh, my lovely friend. There were four bananas on the freaking fridge because I bought it yesterday night. Four fucking bananas
– Ah…
Obviamente sabía lo que estaba pasando. Apu usaba mi comida para fines propios como alimentarse o vete a saber qué. Neymar también usaba mi comida, pero igual que yo la suya: preguntando, pidiendo permiso y comprando luego la diferencia; pero el señor Nahasamapetilan no. Lo peor de todo era que no podía hacer nada, solo esperar un error… y llegó.
Jackie y Chan son los inquilinos de la casa, el alquiler está a su nombre y ellos realquilan la habitación a Ney, Apu y a mi en este caso. Ellos son algo así como los dueños para nosotros; pues Apu pecó de ostentoso y le fue a usurpar comida a Jackie, un poco de Nutella. Ella, conociendo las desapariciones de mi comida, me consultó sobre la situación y le puse al día. Además añadí algún detalle extra, como la difícil convivencia con una persona que huele a curry o sus estruendosos e indelebles ronquidos que movían el edificio entero y parte del vecindario.
Hubo una reunión un domingo a las 9 de la mañana. No había mejor hora para celebrarla, pero en las condiciones más humanas que pudimos, Ney y yo nos presentamos en el comedor para solucionar la situación. En un alarde de inocencia, Apu decidió entregarme $5 para compensar mis pérdidas materiales, mientras seguía en su más que perdida defensa de que él no era culpable. Jackie no cedió un ápice en señalar a Apu como instigador del robo, mientras que Chan dudó un poco. Pero claro, al final se hace lo que dicen las novias y a Apu se le dio un espacio de 7 días para abandonar la casa: nominado y expulsado a la primera.
Desde entonces, Ney y yo estamos en la búsqueda de un nuevo roommate, o algo así. Siendo dos se está genial, para que engañarse y no es que nos esforcemos mucho por volver a ser tres: la convivencia es inmejorable, podemos levantarnos a las 4:30 para ver la Champions o a las 3:00 para ver la Libertadores, la cocina y el baño están limpios, nadie huele a curry ni ronca y sobretodo, tengo mi comida en la nevera intacta. Por fin puedo comprar bananas sin preocuparme.