Por primera vez en la historia, un equipo europeo amenazaba la hegemonía de los NBA. Los Carter, Payton o Garnett estuvieron a un triple de conocer el amargo sabor de la derrota: 4 años más tardaron. Ese día nació un genio, conocido mundialmente como Saras.
Se acababa de jugar un Francia-Australia, con la victoria por 52-76 para los del país vecino, y otro partidazo más -el enésimo en esos Juegos Olímpicos- de Antonie Rigodeau. Esperaban rival en la final, tenían medalla asegurada, pero aspiraban a más, así que decidieron quedarse en la Sydney SuperDome. No sería ningún problema analizar al rival en directo. Benditos fueron, ellos, unos de los afortunados que pudieron ver el partido: 21.000 espectadores cabían en la cancha que albergó el baloncesto durante aquellos 16 días, pese a que tan solo hubo 14.000. Todavía los envidio.
Rigodeau no sabía, al igual que sus compañeros, que ese día y no otro, verían uno de los mejores partidos en la historia del baloncesto, tanto por juego y jugadores, como por valor histórico: quien osa toser a los Estados Unidos desde que en 1992 llevan a los hombres NBA. Tampoco lo esperaba Rudy Tomjanovich, entrenador yankee por aquel momento, y por mucho que lo viera, nada pudo hacer. Aquel 29 de setiembre del año 2000, aquellas Olimpiadas, marcarían el futuro del baloncesto FIBA.
Quintetos de gala –Payton, Carter, Houston, Garnett y Mourning contra Jasikevicius, Einikis, Siskaukas, Songalia y Stombergas-, y guión previsto en el principio de partido: salió Estados Unidos a matar el partido en cinco minutos, y por poco no consiguió lograrlo. Solo los números de un base anotador, asistente, de buenos porcentajes y excesivamente joven, pudieron detener el tifón americano. Los números de Jasikevicius en aquel torneo rozaron el MVP, y solo la eliminación en la semifinal le evitó alzar este honorífico trofeo, con una media durante los ocho partidos de 14 puntos y 5.1 asistencias. En esta semifinal aumentaron a 27 puntos, 4 asistencias y 3 rebotes, más unos números en tiro de 50% -muy superior a las medidas perfectas de 50-40-90 para un jugador de baloncesto-.
Aun y con el factor Saras, los hombres de Tomjanovich llegaron al descanso con un marcador favorable, 12 puntos arriba (36-48) y bailaban al ritmo de su big-3 en ese torneo, Vince Carter, Alonzo Mourning y Kevin Garnett. Tres referentes en la mejor liga del mundo, que tenían que exprimirse al máximo para superar una selección impertinente, con la mejor herencia de la Croacia del 92 y la Yugoslavia de la Guerra Fría: la escuela balcánica. Pero hay una máxima en en baloncesto: el mejor partido, se decide en la última décima. Emoción para el segundo tiempo.
Envalentonados, sabiéndose vivos todavía, el conjunto de Kazlauskas intentó la más de las imposibles: acabar una machada que se podía empezar a oler. Del 39-52, pasamos a un empate a 54. Y así siguió hasta el final.
El último, a falta de 1,14. A partir de este momento, la hora de las hazañas. Defensa genial de Stombergas, y balón perdido por Garnett. Ataque lituano, falta de McDyess sobre el tiro de Siskauskas desde el 6,25. Tres libres: Ramunas contra la historia. Falla el primero. Se sale el segundo. Anota solo el último. Defensa. Carter le roba a Shaq el artículo 34 de Andrés Montes, y hace lo que quiere, cuando quiere, donde quiere. Anota fàcil. Y Garnett recupera el balón. Se le queda cara de tonto a Timinskas, que hace falta. Uno arriba USA, dos libres. Ambos fuera, pero el rebote lo anota McDyess, que pasa del infierno a la gloria. Jasikevicius rompe a toda la defensa, entra hasta la cocina, bandeja fàcil y 27 para él. Siguen uno arriba los NBA. Preparan la última, al ritmo de Kidd. Falta sobre él, la busca, le encuentran. Y tiempo muerto. Anota el primero, los blancos también la saben meter. Falla el segundo, quizás a propósito. O no. Rebote al aire…
La pelota vuela, de mano a mano, por el suelo. Lucha. Y con ello, 4 segundos más que pasan. Quedan 5,2, salto entre McDyess y Siskauskas. La toca en subida el de Detroit, balón lituano. Marcador parado, 83-85 por delante USA. El tiempo, estancado en 4,6. La bola solo puede tener un dueño. Recibe el 4, que bota a través del campo al mismo ritmo con el que lo hará en las 4 Finals Fours que ganará después, con el que encandilará a Eslovenia, España, Israel, la NBA, Grecia, Turquía y España otra vez, con el que corría el contraataque, se detenía en la linea más lejana al aro y lanzaba. Siempre anotaba. Ese día no. El triple de Jasikevicius se quedó corto, y Lituania hacía aguas. Final, 83-85 para los yankees.
No solo se alejaba del oro, el botín más preciado. Se alejaba de la primera victoria frente a equipo nacional estadounidense. Pero lo que no sabían, era que acababan de abrir un camino, que siguió Puerto Rico, Argentina y ellos mismos en Atenas, o Yugoslavia y España en el Mundial de Indianapolis. Estados Unidos era batible. El muro NBA había caído.
Dos detalles antes de acabar. El embarazo de la madre de Jasikevicius, generó que esta, jugadora nacional del equipo soviético de balonmano, quedara relegada al anonimato y la no participación en los Juegos Olímpicos de Montreal. Ella, siempre que le explicaba esta historia, le recordaba que le debía una medalla olímpica. Cuando Lituania barrió a Australia (71-89) por el tercer y cuarto puesto -en otro partidazo del base-, lo primero que Saras hizo, fue regalar el bronce a su progenitora.
Por otra parte, Jasikevicius volvió a destrozar a los americanos cuatro años más tarde en las Olimpiadas de Atenas, con otro recital de triples. Aquí el enlace.