Buscar un hogar (Parte I)
En 1991 la guerra acechaba el Mar Adriático. La hasta la fecha conocida como Yugoslavia se acercaba a la velocidad de un tren al precipicio de la barbarie y nadie, absolutamente nadie, sonreía en la zona dominada por Slobodan Milošević. Ciudades como Sarajevo o Podgorica eran brutalmente asediadas día tras día, y lugares que pasaron a la historia, como el puente de Mostar, en Bosnia, se convertían en la cuna del crimen entre una misma raza. La guerra como forma de vida y las balas como único medio para sobrevivir.
Belgrado, capital de la actual Serbia, fue el epicentro del movimiento contra el presidente. Miles de personas salieron a la calle en la multitudinaria manifestación del 9 de Marzo de 1991 y el gobierno decidió responder con brutalidad. Pero el efecto dominó ya había empezado. Cientos de ciudades se levantaron ante la enfermiza supremacía que ejercía Milošević desde 1989, un gobierno asfixiante. La población de Yugoslavia solo tenía una vía de escape, un vestigio de esperanza. La selección de baloncesto nacional era la mejor creación del país en los últimos años, además de la principal candidata a todo el verano de 1991. Entrenada por Dusko Ivkovic y con una plantilla en la que los Toni Kukoc, Dino Radja, Vlade Divac o Zarco Paspalj podían destrozar a cualquier rival, además de estrellas ya consagradas en el continente como Velimir Perasovic o Zoran Savic. El equipo se presentaba prácticamente sin bajas en el Europeo de Roma, con los doce mejores jugadores de la República de Yugoslavia exceptuando a un Drazen Petrovic, a quien los Nets no le permitieron viajar y a Jure Zdov, a quien Olimpija y el ministro de deportes esloveno le prohibieron participar. Solo un percance de última hora podía provocar algún cambio en el equipo. Algo muy grave. Algo, como por ejemplo, que Duško Vujošević, entrenador de Partizan en los últimos dos cursos, dejase el club.
Era mayo de 1991 y durante la concentración de la selección nacional, el base titular del equipo yugoslavo y líder del Partizan, Zeljko Obradovic, recibía la llamada de Dragan Kicanovic, director deportivo de su club.
+ Zeljko, tenemos un problema. No tenemos entrenador para el año que viene.
– Pues resulta que tengo uno perfecto para ti.
+ ¿Y quién es?
– Yo mismo.
A la edad de 31 años, Obradovic renunciaba a la selección para empezar su carrera como entrenador en el club de toda su vida. Su primera decisión, dejar el timón de la selección y del Partizan a un joven imberbe llamado Alekxandar Djordjevic, de 24 años y sin la experiencia de un líder hasta la fecha. Al mes y medio Yugoslavia ganaba el oro ante la anfitriona de Ferdinando Gentile y Sasha se convertiría en un jugador referente a nivel internacional, preparado para afrontar el que sería el mayor reto de su carrera. Pero eso él aun no lo sabía.
En Septiembre de aquel mismo año, el Real Madrid de George Karl disputaba en Fuenlabrada un encuentro amistoso ante el Estudiantes de Winslow y Pinone para celebrar la inauguración de un pabellón en honor al recientemente fallecido Fernando Martín. Un pabellón que, por cierto, quedaría vacío y en desuso. Coincidió por aquellas fechas la polémica decisión de la FIBA, quien prohibió que el Hala Sportova, el entonces pabellón del Partizan, albergara los partidos internacionales del conjunto de Belgrado [tampoco podrían hacerlo el resto de equipos yugoslavos de Copa de Europa, como el Slobdna Dalmacija, de Split, o la Cibona Zagreb]. Con la liga doméstica edulcorada [sin equipos croatas y eslovenos] y obligados a buscar un nuevo hogar con un mes de plazo, el panorama era oscuro. Por suerte, la fortuna sonrío por primera vez en la temporada al histórico equipo de Belgrado. El pívot yugoslavo Milenko Savovic, quien hasta junio había sido jugador de Granada CB, y conocido de Zeljko por su pasado en Partizan, hizo saber la situación del Fernando Martín al nuevo entrenador serbio y Partizan no dudó en intentarlo. Buscaron Fuenlabrada en el mapa, y en cuanto recibieron el sí, hicieron las maletas hacia España. Fuenlabrada, el Fernando Martín, vería la Copa de Europa como local. Como dato, el Slobdona acabó jugando en A Coruña y la Cibona en Puerto Real: siete equipos jugarían de local en España durante ese año en la extinta Copa de Europa.
La afición de Fuenlabrada, históricamente amante del baloncesto, se identificó rápido con el equipo de Zeljko, que intentó ofrecer un baloncesto especial y pronto fueron reconocidos como El Partizan de Fuenlabrada. Eran uno más. Al mando, los dos jóvenes con mejor porvenir de toda Yugoslavia, Aleksandar Djordjevic y Pedrag Danilovic, con el objetivo de dirigir un equipo que entró en la historia por marchar de su país, y que acabaría siendo una leyenda por una temporada de ensueño. Encuadrado en el grupo B, a los hombres de verde se les dio pocas opciones. En mitad de una guerra y sin el apoyo de su afición, difícil sería acceder a la fase final. La Penya era el principal favorito del grupo, y fue ese día, con la visita del Joventut a Fuenlabrada, que Partizan se dio cuenta del valor de la gesta que se estaba cociendo. El equipo verdinegro, entrenado entonces por Lolo Saínz y con Tomás Jofresa o Jordi Villacampa [actual presidente], en la pista, visitó el Fernando Martín esperando un público apático y confundido, pero la afición madrileña no dudó al escoger bando y animó incesante al conjunto yugoslavo, adoptado ya como un hijo propio por la ciudad. Ni siquiera la visita de un equipo español puso a los habitantes de Madrid y los alrededores en contra, y solo en el encuentro ante Estudiantes, con su pabellón a menos de cinco quilómetros, tuvo minoría en la grada. Contó sus partidos como local por victorias, a excepción del derbi ante el conjunto estudiantil, y se coló en los cuartos de final como cuarto de grupo. Era la cenicienta de los cruces, pero toda princesa de Disney tiene un final feliz.
En el otro grupo, en la última jornada el Barça perdía en la pista del colista a pesar de Epi y Savic, y con el yugoslavo Maljkovic en el banquillo, y se dejaba el primer puesto por el camino. Además, Maccabi también perdía en casa por lo que el siguiente escollo sería el verdugo de los israelís, la Knorr de Bolonia, con Brunamenti y Binelli, y entrenada por un novato Ettore Messina. Un equipo superior en todos los aspectos al de Zeljko, lejos de ser favorito en el play-off. Tras la gesta de los hombres de Obradovic, la FIBA sucumbió a las peticiones y permitió al Partizan jugar su partido como local en Belgrado. Gran regalo. El equipo volvía a casa, a una ciudad a la que asomaba la guerra desde todas las capitales balcánicas. Los hombres de verde ya no tenían motivos para volver a jugar en Madrid: si ganaban el play-off, accederían a la Final Four de Estambul; si perdían ante los italianos, cada uno podría volver a su casa a preparar los Juegos de Barcelona. Primero en Belgrado, luego dos veces en Bolonia.
La magia del baloncesto (y parte II)
Una delegación de fuenlabreños aterrizó en el aeropuerto de Belgrado el 12 de Marzo de 1992. Quedaban escasos meses para los Juegos Olímpicos y Yugoslavia todavía no sabía que la ONU no iba a permitir su participación por crímenes de guerra. Y todavía peor, que sí que lo harían Croacia y Eslovenia. Pero aquel día era para ellos, era para disfrutar de un equipo que hacía meses que no disputaba un partido oficial en Belgrado ante su afición. Casi 5000 personas llenaron el Hala Sportova hasta colgar el cartel de no hay tickets en la taquilla. El único motivo de orgullo había vuelto a casa y necesitaba el apoyo de todos ellos.
El partido fue diseñado para Danilovic. El hombre con mayor porvenir en el panorama baloncestístico respondió con creces a las expectativas creadas y Partizan sufrió relativamente poco para sumar el primer punto del play-off [78-65]. El reto más duro empezaba ahora: Partizan viajaba a Italia con el objetivo de ganar un partido, uno solo, para poder así acceder a la segunda Final Four de su historia, después de tercer puesto logrado en el año 1988. Lo consiguió. En el último partido, el tercero y a la heroica, pero compró en Italia un billete directo a Estambul.
La organización de la Copa de Europa, todavía reacia a ofrecer una final entre dos equipos del mismo país, obligaba por normativa a una semifinal entre Estudiantes y Joventut de Badalona. Antes, a las siete de la tarde hora local, Partizan se vería las caras contra otro enemigo italiano, Olimpia de Milano. Con Estambul como testigo, la lucha por el primer cetro europeo post Yugoplastika Split empezaba.
Serbios e italianos practicaron un baloncesto ofensivo con el duelo entre Pedrag Danilovic y Darryl Dawkings como máximo exponente del juego. El alero bosnio se fue hasta los 22 puntos y 10 rebotes por los 21 tantos y 19 capturas del pívot americano. Era la tercera vez en la temporada que Olimpia y Partizan se veían las caras y en todas ellas Danilovic se fue hasta los 21 puntos con el tope en el partido celebrado en Fuenlabrada donde anotó 31. Al descanso los hombres de Mike d’Antoni vencían por 4 puntos, 31-35 pero un parcial de 11-2 al iniciar el segundo periodo dejó a Partizan como favorito. Con Dragutinovic frenando los intentos de un Riva al que dejaron en 14 puntos y solo tres tiros anotados, surgió la figura de Djordjevic y sus dos triples consecutivos. Partizan rozaba la final del jueves y soñaba a lo grande. Si hemos llegado hasta aquí, ¿por qué no? La victoria se cerró en 82-75. Partizan iba a jugar una final de la Copa de Europa. Belgrado seguía involucrada en una de las mayores guerras de la segunda mitad de siglo pero por una noche, nueve jugadores, ocho serbios y un croata, iban a ser muy felices.
El rival sería Pinturas Bruguer Badalona, aquel conjunto español que fue abucheado en Fuenlabrada al jugar contra Partizan y que en semifinales, con un Villacampa pletórico, pasó por encima de Estudiantes. Junto a él, los hermanos Jofresa o Harold Pressley hicieron que el conjunto estudiantil no pareciera más que un juguete: 91-69 y ni una opción. La cita a las nueve de la noche después de que Olimpia se llevara el partido que nadie quiere jugar por el tercer puesto (99- 81) ante Adecco Estudiantes.
Del partido poco a destacar. Muchísima presión en la que podía ser la primera Copa de Europa para los dos equipos, errores y un juego lento. Porcentajes mediocres de tiro que solo se salvaban desde más allá de la línea y sobretodo muchas pérdidas de balón. Intercambios de golpes entre los hombres más poderosos, Pressley se fue hasta los 20 puntos por los 25 de, otra vez importante, Danilovic, que tuvo que abandonar el partido antes por cinco faltas personales. Pero la esencia del partido, del torneo entero y quizá del baloncesto moderno se reduce a los últimos treinta segundos. Con empate a 68 en el marcador. Morales fallaba el tiro libre del 1+1 pero un palmeo de Corny Thompson le daba el balón a la Penya para la penúltima posesión de partido. Tomás Jofresa anotaba en una penetración imposible y a 10 segundos para el final se situaba dos puntos arriba en el marcador. Koprivica sacó de fondo y solo encontró a un jugador, un base con todavía pelo en la cabeza. Ahí acabó todo.
La determinación con la queSasha Djordjevic agarró el balón en su propio campo, oteando el horizonte y con la mirada fija en la línea del 6,25. Sabiendo perfectamente donde estaba situado el aro, conociendo el campo, sus posibilidades y la posición de los dos defensas que le intentaron cerrar el paso. No deja de ser eso, un mero intento. Una parada en un tiempo técnicamente algo heterodoxa a la altura del triple, eleva a Sasha el tiempo suficiente como para poder situar su tronco superior encarado hacia la canasta y convertir un salto asimétrico en un clínic de tiro. La cintura girando sobre si misma, las manos marcando la T que de pequeño te exigen para tirar y con un pie señalando al norte y el otro al oeste del Abdi İpekçi Arena, el momento es perfecto. Sin importarle lo más mínimo tener justo debajo a Tomás Jofresa y a Juan Antonio Morales, es el apetito voraz de un ganador insaciable.
Es el momento en el que aquel jugador que siempre vivió a la sombra de la Yugoplastica Split en la liga doméstica y de Drazen Petrovic en la selección nacional se convirtió en un ganador por excelencia. El triple, como otros muchos cientos en su carrera, entró. A José María García se le escapó la mejor definición que jamás han hecho del base serbio, un contundente “la madre que lo parió” en Antena 3 Radio. Partizan era campeón de Europa. Fuenlabrada era, de alguna manera, campeona de Europa.
Un tiempo más tarde, con la llegada del verano, el equipo al completo decidió volver al Fernando Martín a homenajear a todos aquellos que durante un año, convirtieron el pabellón madrileño en la cuna del baloncesto serbio. La periferia de Madrid se quedó impregnada en la memoria de todos ellos. Djordjevic jugó en la capital, en las filas del Real Madrid, y Nikola Lonkar, uno de los jugadores más jóvenes de aquel Partizan, acabó siendo la estrella del mejor Estudiantes del nuevo milenio. Pero quizá quien más quedó prendado por aquella historia fue José Quintana, en 1992 alcalde de la localidad y actualmente presidente del Baloncesto Fuenlabrada. Desde aquel año, el club de la ciudad logró dos ascensos en las cuatro siguientes temporadas y desde 1996 solo se ha perdido dos años la participación en la máxima categoría española.
Siempre que a Zeljko Obradovic le preguntan por él, admite que desde entonces existe una gran amistad. Él ganó un amigo y Fuenlabrada una Copa de Europa. Es la magia del baloncesto.