La muerte está definida por la RAE como el final de la vida, el momento en el que una persona deja de poder sostener el proceso homeostático de manera orgánica. Representa algo físico, algo efímero y algo por lo que todos vamos a pasar, tarde o temprano. La muerte es el final de algo tan largo como la vida de una persona, pero para nada es el desenlace de su historia. Sobre todo cuando eres una figura que has trascendido.
Bill Russell (12 de febrero de 1934, Luisiana — 31 de julio de 2022, Mercer Island) es uno de los ejemplos más claros. Definirlo como un jugador de baloncesto es quedarse corto; hablar de un representante de la lucha social por los derechos de la comunidad afroamericana en Estados Unidos sería no representar su figura completa. Fue precursos, ejemplo, líder y referente de cada uno de sus proyectos de vida y para saber quién o qué fue Bill, toca aglutinarlos.
Competidor es para el promedio, Bill Russell ganaba. Dos títulos universitarios y unos Juegos Olímpicos antes de incluso debutar en la liga profesional eran un palmarés con el que muchos ni soñamos. En la NBA, la historia la sabemos todos: once anillos en trece temporadas, ocho de ellos consecutivos. No sé qué récord es más difícil de superar. Pero el mérito no es haber ganado, es haberlo hecho cuándo y cómo lo hizo: en sus primeras finales era el único jugador negro. Porque lo quieran admitir o no, una parte muy grande de Boston le odiaba.
Bill nació, creció y vivió en una época donde el racismo estaba tan aceptado como las patatas fritas con la hamburguesa. Lo sufrió su padre, lo sufrió su madre y por ello se mudaron a California. Y cuando se convirtió en el mejor jugador de baloncesto del planeta, fue el propio Russell quien se convirtió en la víctima. Por eso su relación con Boston siempre fue borrosa: la franquicia le dio todo para triunfar; la ciudad lo veía como un ser inferior al que incluso le entraron a su casa y defecaron en la cama.
With Red and Walter Brown, I was the freest athlete on the planet. I could always be myself with them and they were always there for me.»
No hablaremos de su llegada a Boston, la enésima triquiñuela de Walter Brown y Red Auerbach, o sus duelos con Wilt Chamberlain. No vamos a hablar tampoco de cómo revolucionó el baloncesto al implementar la defensa y el juego por encima del aro, eso lo dejo para los expertos en la materia. Hoy es para recordar a la persona que fue Bill, la que demandaba y respondía a partes iguales. Por eso, cuando le tocó renovar en 1965, y tras haber ganado ocho anillos, pidió cobrar un dólar más que Chamberlain. Y ganó tres más.
Bill Russell fue, además de uno de los mejores jugadores de la historia de este deporte, un pionero. Fue parte del primer quinteto de jugadores negros, fue el primer entrenador afroamericano de la NBA y, todavía como jugador, fue parte activa y vocal de la lucha social. El ejemplo que todos tenemos en la cabeza, Cleveland Summit en 1967, cuando una serie de deportistas se unieron a Muhammad Ali en su rechazo a ser drafteado y enviado a Vietnam. Sentados, junto a Russell y Ali, un todavía universitario Kareem-Abdur Jabbar y Jim Brown, leyenda de los Browns.
Pero hubo más. En 1963, Bill formó parte de un boicot a la segregación educacional en Boston, formó parte de la marcha de Marthin Luther King en Washington DC (le invitaron a sentarse en el escenario, pero declinó) y ofreció todo su apoyo tras la muerte del líder Medgar Evers, aunque eso implicara recibir otros cientos de amenazas de muerte por hacer un campamento de baloncesto para niños en Misisipi. En el campamento no había segregación, claro.
Y sobre todo, fue un referente. Para Spencer Haywood, quién puso en jaque a la NBA, o para Oscar Robertson, el presidente de la NBPA que llevó a la liga ante el Tribunal Superior de Justicia. O para cualquiera de los jugadores que hoy, o en los últimos cincuenta años, se ha atrevido a alzar la voz. Bill Russell fue la primera superestrella en protestar por algo que estaba mal, que sigue mal. Porque ni Wilt Chamberlain, ni Elgin Baylor, ni ningún otro fueron tan valientes, pese a estar en ciudades mucho más avanzadas socialmente.
Pero tras Bill llegaron los Kareem, Hodges, LeBron hasta la generación actual. La que vive y respira consciencia social sin el temor de perderlo todo. La que se puede permitir lanzar un boicot en mitad de los playoffs, publicar contenido en redes sociales contrario a la opinión del 50% de la población nacional o crear y formar parte de un movimiento que genera cambios políticos y sociales en Estados Unidos. Bill señaló el camino que más tarde otros pavimentaron para que Jaylen hoy pueda correr.
Fue analista de televisión, algo que disfrutó por muy poco tiempo. Fue también entrenador en Seattle y Sacramento, no quería dejar la Costa Oeste, pero su mayor logro fue estar siempre ahí. Cuando la NBA le dio su nombre al galardón de MVP de las NBA Finals, uno que nunca ganó, intentó estar cada año para entregarlo. Cuando hubo un evento en el que le tocaba hacer presencia, si la salud lo permitía, Bill siempre estaba ahí con una sonrisa: el cumpleaños de Kareem, el 50 aniversario de la liga, la estatua de Baylor. Daba igual, siempre con una sonrisa.
Ese era Bill.
Y ya no está. Pero nunca caerá en el olvido.