Antes del Dream Team de 1992, mucho antes de cualquier equipo estadounidense que haya ganado un Mundial y, por supuesto, medio siglo antes de que LeBron, Kobe y compañía le quitaran el oro a España en Pekín y Londres, Estados Unidos creó el mejor equipo de baloncesto que jamás se haya visto. Ocho jugadores, todos en el Hall of Fame con 37 anillos combinados, 67 All-Stars, 55 All-NBAs y 10 MVPs en total. Y liderados por el mejor entrenador de la historia.
Un plan diseñado por el gobierno americano, organizado por la Casa Blanca con el objetivo de adornar la imagen de los Estados Unidos en los países del telón de acero. Un tour de 40 días por Polonia, Rumanía, Yugoslavia y Egipto. Un total de 22 partidos, 22 victorias de una máquina perfecta hecha para deleite del público europeo. Cuatro célticos, Bill Russell, KC Jones, Tom Heinhson y Bob Cousy (retirado un año antes), Jerry Lucas y Oscar Robertson de Cincinnati, Bob Pettit representando a los Hawks y Tom Gola desde Nueva York. Elegidos a dedo por Red Auerbach.
Esta es la historia del All-Star, como el gobierno decidió nombrar al equipo. Pero primero viajemos al pasado, unos años antes, para conocer en qué contexto nace el plan secreto de la administración estadounidense.
Deporte y política, de la mano
Estados Unidos había dominado el baloncesto en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960 con el que puede ser uno de los mejores equipos amateurs de la historia, juntando a Jerry West, Oscar Robertson, Jerry Lucas y Walt Bellamy, cuatro futuros hall of famers. Pero para 1963, el panorama mundial ya era muy distinto. En el Mundial FIBA de Brasil, los americanos cayeron al cuarto lugar tras perder ante Yugoslavia, la URSS y los anfitriones en la fase final. De golpe, Europa creyó poder estar a la altura, pese a que el equipo estuviera formado por jugadores universitarios y de AAU.
No sentó nada bien en las altas esferas políticas la derrota, principalmente por dos motivos: primero, porque el baloncesto era ese deporte colectivo donde podían exponer su superioridad al resto del mundo; y segundo, y más importante, porque el fracaso fue ante dos países comunistas. Estamos en mitad de la Guerra Fría, John Fitzerald Kennedy acaba de ser asesinado y su vicepresidente, Lyndon Johnson, lidera el país más importante del mundo. Y no se puede permitir ningún tipo de derrota ante paises anticapitalistas.
Johnson pasó a la historia por aprobar la Ley de Derechos Civiles en Julio del 64, por abolir la segregación en lugares públicos y conseguir un gobierno progresista. Pero estamos unos meses antes, cuando la temporada NBA está todavía en marcha. Los Celtics de Red Auerbach conseguirán su séptimo título, sexto consecutivo, tras superar a los Royals en las finales del Este pese al MVP de la temporada regular, Oscar Robertson, y barrer educadamente a Wilt Chamberlain y los Warriors en cinco en las finales.
Red por aquella época compaginaba el cargo de entrenador en Boston con la asesoría del CU (o por su nombre completo, Department’s Bureau of Educational and Cultural Affairs). Junto a atletas olímpicos como Rafer Johnson o Bob Richards, ambos medallistas de oro en Roma 1960, recomendaban al gobierno deportistas o equipos que pudieran usar como propaganda política por el mundo. Así fue como mandaron a Bill Russell a África en 1959 a realizar clínics de baloncesto. Pero ahora la idea sería en mucho mayor escala. A lo grande.
Nick Rodis era, por aquel entonces, el presidente de la Interagency Comittee on International Athletics, y la persona que tomaba la decisión final. Y casualidad o no, era ex compañero de clase de Robert Kennedy, senador y hermano del expresidente y amigo personal de Red Auerbach. Una vez surgió la posibilidad de mandar un equipo de estrellas por el mundo, Reed iba a ser sin duda alguna el entrenador. Y la conversación, todavía por teléfono, fue bastante sencilla.
— ¿Crees que puedes montar algo así como un equipo para ir para allí? – preguntó Rodis.
— Sí, creo que sí.
Dicho y hecho. En el plan inicial, la URSS era todavía una opción, pero cuando el gobierno soviético vio el roster con el que Estados Unidos iba a viajar a Europa, canceló la oferta. No quería ver un equipo americano arrasando en tierras rusas. En total serían 40 días en los que iban a visitar Varsovia, Bucarest, Belgrado o Liubliana, además de la parada en Egipto con los dos partidos de transición. Pero primero, una visita a Washington donde el Secretario de Estado, Dean Rusk, y otros miembros del gabinete presidencial recibieron al equipo en la Casa Blanca, antes de poder pasar al despacho oval a conocer a Johnson. Era el cuarto presidente que recibía a Red Auerbach, desde Truman pasando por Eisenhower, Kennedy y ahora, Johnson.
La reunión sirvió únicamente para intentar convencer a los expedicionarios de que viajaban con dos objetivos clave: enseñar al mundo que Estados Unidos todavía jugaba el mejor baloncesto del planeta y, al mismo tiempo, mejorar la imagen pública de EE. UU. en territorios demasiado cercanos al comunismo ruso, donde la propaganda política era muy potente. Jugarían contra equipos amateurs en lugares que no estaban preparados para recibir a jugadores de la NBA, por lo que se les pidió solo una cosa: paciencia. “Señor presidente, la paciencia es una de mis grandes características”, dijo Red, lo que provocó la carcajada de los cuatro jugadores de Boston.
Y de ahí, directos a Polonia.
Héroes en terreo enemigo
La primera ciudad en recibir a las estrellas norteamericanas fue Varsovia, todavía sin Red Auerbach, que se quedó en Boston alistando los últimos detalles para el draft de 1964. Bob Cousy, que por aquel entonces era entrenador de Boston College, fue el encargado de dirigir al combinado en los dos primeros partidos, que acabaron con dos victorias claras: +20 y +28. Auerbach aterrizó en Europa para el tercer partido y, tras hablar con Cousy y Buddy LeRoux, el preparador físico del equipo para el viaje (y athletic trainer de los Boston Red Sox), decidió que ganar no era suficiente. Con la mitad del equipo de los Celtics y la otra mitad enfrentándose al menos nueve veces a Boston, los ocho jugadores conocían el sistema ofensivo de Auerbach. Y así empezarían a trabajar, con el objetivo de destrozar al rival. La siguiente noche, vencieron 110-68 ante 7.000 personas.
El calendario era apretadísimo: jugaban cada noche y los días de descanso era para viajar a una nueva ciudad. Asimismo, la mayoría de las mañanas las usarían para impartir campus o clínics ante jugadores, entrenadores o amateurs locales, con el objetivo de mejorar el nivel de baloncesto local. Y todos eran grabados, convirtiéndose en joyas de coleccionistas para los más cafeteros en la Europa del Este de los 60 y 70. Los partidos, para sorpresa de alguno, fueron mucho más duros de lo que la expedición podía imaginar. Los rivales europeos eran duros, rápidos y tenían buen tiro exterior; eso sí, al entrar a la zona, si es que se atrevían, Bill Russell era imparable.
En Polonia, jugaron cinco encuentros en una semana y cuatro ciudades diferentes, viajando de la capital a Breslavia, Cracovia y acabando el tour en Gdansk. Y fueron 40 días con federaciones locales y nacionales, clubes de ciudad y asociaciones independientes suplicando por más tiempo con las estrellas americanas. Red Auerbach, como enviado especial del gobierno de Johnson, acababa invariablemente aceptando —aunque casi siempre a regañadientes. Pero no todo era baloncesto; Russell, Robertson y compañía tuvieron tiempo de visitar Auschwitz, pasear por los mercados locales y ser tratados como auténticas estrellas.
En Cracovia, estudiantes internacionales decidieron que era buena idea levantar por los aires a Cousy, Pettit y Red Auerbach en señal de admiración, o beber vodka en bares más populares junto con sus rivales al lentísimo ritmo de Go Down Moses, el éxito de Paul Robeson que hicieron bailar a Bill Russell. Incluso entre Auerbach y Cousy convencieron a dos entrenadores de la federación polaca de hacerse pasar por policía secreta y detener a Tom Heinsohn por su pasado alemán, algo que a Tom no le causó mucha gracia y que Auerbach observó desde el vestíbulo del hotel con un puro en la boca. El viaje fue toda una experiencia para los enviados.
Y una vez acabada Polonia, con cinco victorias y un global de +183, el equipo pondría rumbo a Rumanía. Para entonces, Russell ya estaba agotado de tanto viaje, sin apetito por jugar y con ganas de volver a casa.
Porque la actitud de Bill Russell fue el único pero de todo el tour americano.
Un duelo de egos
El primer síntoma llegó el mismo día que Auerbach aterrizó en Polonia. A la hora de subir al autobús y con todo el equipo esperando, el pívot de los Celtics se presentó 20 minutos tarde a la cita, lo que implicó que fueran todo el día tarde. “Mañana Robertson llegará 20 minutos tarde, ya lo verás”, avisaba Auerbach a Jones. Dicho y hecho, el primer duelo de egos del paseo no había tardado ni cuatro días en aparecer. Fue el propio Red quien, en el entrenamiento pre partido que tuvo que dejar claro quien mandaba. Ni Russell, ni Robertson: Auerbach era el hombre elegido por el gobierno americano.
“Mirad, chicos, tenemos un largo viaje por delante, vamos a ir a muchos sitios juntos. Quiero que sea divertido, que nos lo pasemos bien, pero os aviso ahora mismo, hoy ha sido la última vez que uno de nuestros autobuses ha ido tarde”, avisaba Auerbach. Y seguía muy directo, mirando a los dos últimos MVP fijamente, “si tú llegas tarde, es tu responsabilidad llegar allá donde tenemos que ir, sea el pabellón, el hotel, un restaurante o el aeropuerto. Y si no llegas al vuelo, es tu problema”. Nadie más volvió a llegar tarde en el próximo mes y medio. Un auténtico logro, sobre todo sabiendo la relación de confianza que Red y Bill tenían.
Era archiconocido qué en Boston, desde su año rookie, Russell había sido el protegido de Auerbach. Movió cielo y tierra para conseguirlo en el draft y a cambio de los anillos, Red siempre tuvo un trato especial con él, desde permitirle no asistir a entrenos como aceptar que nunca quisiera pararse a hablar con la afición verde, mucho menos firmar un autógrafo. Por eso, cuando decidió dejar su cargo como entrenador, su mayor reto era encontrar a alguien que Russell aceptara. El primer nombre sobre la mesa, el propio Bill Rusell. Pero eso sería unos años después del viaje, donde tuviereon uno de los mayores altercados de su relación.
En Rumanía, Russell decidió no jugar por molestias físicas. A Bill solo le importaba una cosa en el baloncesto, y era competir para ganar. Jugar contra equipos infinitamente inferiores no era un desafío muy atractivo, por lo que argumentó calambres, enfermedades e incluso melancolía por estar en casa como excusas para no disputar algunos de los partidos más asequibles. Y no era algo nuevo, porque a Russell nunca le interesó el proyecto. Por eso, entre otras cosas, se quedó dormido en la reunión con el Departamento de Estado. Y todo fue a mayores. Porque por primera vez en su carrera, Bill Russel hizo algo que un jugador en 1964 nunca podía hacer: negar la autoridad de su entrenador.
Russell declaró su independencia respecto al resto de la tripulación con todavía algo más de dos semanas de tour. Ante la respuesta de Red, que fue sumamente crítico con su actitud de niño pequeño, los dos protagonistas intercambiaron faltas y blasfemias que acabaron con Russell advirtiendo a su entrenador. “Don’t say anything to me”, profirió. Para cerrarlo con un definitivo “not ever”. El resto del viaje fue un duelo de orgullos hasta aterrizar en Belgrado donde encontraron un rival común.
Patria, nación, bandera
El combinado de estrellas barrió Rumanía como si de un rival amateur se tratara, incluso sin Russell. Habían jugado contra equipos militares, clubes profesionales, combinados de estrellas locales y nacionales y nadie, absolutamente nadie, había osado acercarse al nivel de los americanos. El mensaje del presidente Johnson estaba calando hondo. Cuando llegaron a Egipto, se encontraron un país donde el baloncesto era un deporte nuevo. Venían de ganar los dos últimos FIBA África, pero el nivel del continente en general difería muchísimo del visto en Europa.
El mayor reto que se encontraron en El Cairo fue el embajador americano, que no tuvo el tiempo para venir a saludar a los jugadores en su llegada, algo que enfadó y mucho a Red Auerbach. Pero otra vez, el equipo aprovechó el viaje para hacer turismo. Bill Russell asegura que consiguió entrar en las pirámides, por pasillos demasiado estrechos para el mejor pívot de la NBA o se paseó en bata por los mercadillos de El Cairo junto a Oscar Robertson. Y una vez terminado el side trip por África, vuelta a Europa. Ahora sí, el gran reto de los Estados Unidos: Yugoslavia.
Y desde el inicio, la llegada fue un desastre. Aterrizaron sobre la una de la madrugada en el aeropuerto de Belgrado y para sorpresa de la expedición, nadie del hotel o la federación estaba esperando a los visitantes americanos. Casi dos horas más tarde y tras muchos gritos de Auerbach, un autobús pudo recogerles y llevar al hotel donde se hospedarían las dos últimas noches de mayo. Un hotel donde, por cierto, estaba previsto que los jugadores compartieran habitación. Un cuchitril de una sola cama que Bill Russell podía tocar ambas paredes al extender los brazos. Ni de cerca, las condiciones pactadas por la federación
Red despertó a todos sus jugadores y amenazó con irse si no había habitaciones individuales para sus jugadores, en ese u otro hotel. En un segundo, recepción formalizó cada petición de Auerbach, que cerca estuvo de cancelar los partidos en Belgrado si no les conseguían un alojamiento de su categoría. A la mañana siguiente, del hotel al pabellón, el viaje fue tranquilo. Una vez llegados al Tasmajdan Stadium, en el mismo recinto donde se encuentra actualmente el Pionir, la calma fue la última de las sensaciones que jugadores y Auerbach iban a poder sentir. Doce mil personas esperaban la noche del 29 de mayo como un niño esperando Navidad.
A la entrada al estadio, la federación les informó que en Yugoslavia no necesitarían clínics del equipo americano, ya que en el último mundial acabaron por delante de los Estados Unidos. Red tenía dos opciones solo, reírse o llorar. Les intentó explicar la diferencia entre un equipo de jugadores de universidad, la mayoría que nunca hicieron carrera profesional en la NBA, y el equipo que acababa de entrar al estadio. La diferencia entre niños y los mejores del mundo, por ponerlo claro. Pero solo una manera de hacer entender a la federación la diferencia, claro: jugando. Sin embargo, para que empezara el partido, faltaba un detalle. Pequeño, indiferente para la mayoría, pero clave para entender la finalidad del viaje.
Cuando los jugadores estadounidenses saltaron a la pista, en la parte más alta del estadio estaba la bandera yugoslava, pero ondeaba sola, sin la americana. “No flag, no game”, avisó Auerbach. “Pueden insultarme a mí, lo que quieran, pero no pueden insultar al país que represento”. Tuvieron que actuar la embajada, federación yugoslava y el gobierno local, pero con 12.000 personas esperando para ver a su selección batir a Estados Unidos en directo, se encontró un stars and stripes bastante rápido. Por supuesto, se pudo jugar el partido. Y lo que empezó con un parcial de 6-2 local, para euforia de la grada, acabó en un absoluto naufragio.
“Beat them as badly as you can”, suplicó Auerbach a sus jugadores. Quería que todo el mundo pudiera ver la realidad del baloncesto en 1964, que nadie podía acercarse al nivel de un equipo de all stars americano. Liderados por la versión más anotadora de Oscar Robertson (31 puntos), el equipo americano se llevó el duelo por un contundente 98-51. Si la humillación no fue una herida suficiente vergonzosa, Red consideró buena idea acaba el partido tomando helado en el banquillo durante el último cuarto tras ver a Radivoj Korac, completamente desesperado, lanzar el balón a la grada.
Korac era la esperanza yugoslava. Máximo anotador de los Juegos Olímpicos de 1960 y de cada Eurobasket entre 1959 y 1965, MVP en la edición de 1961 y uno de los mejores y mayores anotadores del baloncesto europeo. Además, formaba parte del equipo que venció a EE. UU. en el último mundial. Una leyenda que dio nombre a la competición europea hasta 2002, pero qué, esa noche, tuvo delante a Bill Russell. Un Russell, además, motivado por Red Auerbach para anular a la estrella local. “Si anota una vez, te mato. De verdad, una vez”. Los primeros cinco ataques acabaron con balón en las manos de Korac y tapón del seis de los Celtics. Korac, eso sí, se fue hasta los 20 puntos.
A la mañana siguiente, la federación yugoslava quería clínics en cada ciudad que los americanos iban a visitar, algo a lo que Auerbach se negó por completo. “Estoy dispuesto a perdonar lo que pasó ayer, pero nunca olvido”, fue todo lo que dijo. Para cerrar el día, otra vez en el Tasmajdan Stadium y ahora sí, con la bandera desde el inicio, los americanos barrieron de nuevo el equipo de Belgrado, esta vez por 48 (100-52) pese a no contar con Bill Russell y Tom Gola. Todos los jugadores de Auerbach excepto KC Jones anotaron más puntos que Korac, al que Auerbach le había señalado como la cara del enemigo.
De Belgrado, la expedición viajó a Zagreb, Karlovac y Liublana. Fueron cinco partidos más y las cinco últimas victorias antes de volver a casa. Aterrizaron sin prensa, sin un comité de bienvenida tras 40 días en el extranjero, ni siquiera un agradecimiento público antes de poner rumbo a Washingtonf. Una vez compartieron la información sobre la expedición con la Casa Blanca, país por país, con el recibimiento que los americanos habían tenido en cada ciudad, el gobierno americano se olvidó por completo de los nueve protagonistas. Red Auerbach voló a Boston para seguir preparando su siguiente anillo, Bill Russell emprendió otro viaje, ahora en Mississippi, para luchar por el derecho a voto de la comunidad afroamericana, y Cousy cogió las riendas de Boston College otra vez. El resto del equipo volvió a casa tras la mayor aventura de su vida.
El All Star de 1964, el mejor equipo de la historia del baloncesto, ya no existía. Para mediados de junio ya se conjugaba en pasado. Y desde entonces, sería solo un recuerdo en la mente de los afortunados que pudieron verlo en directo. Uno que duraría para siempre.
Bibliografía: Euroleague.net, The Undefeated, Let me tell you a Story: a lifetime in the game (Red Auerbach, John Feinstein), Reddit, historiawisly.pl, Departamento de Estado de los Estados Unidos, King of the Court: Bill Russell and the basketball revolution (Adam Goudsouzian), Wall Street Journal, Boston Globe, Bill Russell: A Biography (Murry R. Nelson), the Association for Professional Basketball Research. Y gracias a @33trezte por las páginas del libro de Auerbach que me faltaban.
Notas al pie: Algunas fuentes aseguran que fueron 23 partidos, pero la mayoría confirman 22 encuentros. En el libro de Red Auerbach, al contrario que en el resto de las fuentes, el agente gubernamental que le contacta se llama Nick Robis en lugar de Rodis. En el mismo libro, Auerbach confunde a Radivoj Korac con Serguei Belov. Belov fue un jugador de baloncesto ruso, y la selección americana nunca se enfrentó a un equipo ruso. En 1964, Belov jugaba en Ekaterimburgo. En el libro, además, explica que Korac no anotó ningún punto cuando todos los box-scores confirman que sí. Además, todos los resultados que da Auerbach en el libro difieren del resto de fuentes. En el segundo partido en Cracovia, todas las fuentes aseguran que el partido se ganó por +28 puntos, pero los box-scores de los medios locales dan un +38 (94-58). La anécdota de la bandera americana, en alguna versión está explicada con el himno americano, aunque la mayoría de las fuentes coinciden que fue la bandera. Incluso Oscar Robertson explicó que fueron ambas y Vladimir Stankovic en su versión dijo que fue el himno, pero que no se acabó poniendo.